La verdad es que desde que enviudó tras la muerte de mi padre, hace ya 5 años, se ha había vuelto cada vez más ermitaña y reacia a salir de casa. Con mis hijos no lográbamos sacarla de vacaciones, ni siquiera a comer un fin de semana a algún lugar entretenido. Siempre nos decía que “no nos molestáramos por ella, que estaba bien sola…, que no quería ser una carga…” Yo no sabía si eso estaba bien o era que estaba deprimida.
Hace algunos meses la llevé a un psiquiatra, que luego de conversar con ella me dijo que no le parecía que estuviese deprimida ni con signos de deterioro cognitivo importante. Me explicó que con los años, algunos adultos mayores cada vez toleran menos los cambios, tienden a complicarse con el sólo hecho de tener que arreglarse, hacer un equipaje o simplemente abandonar la seguridad de su hogar. Sin embargo, agregó que esto suele ser una resistencia inicial, que es posible de vencer si uno presenta la actividad de salir como algo entretenido y los motiva, no dando mucho espacio para que se resistan. Más aún, si la invitación es a una actividad o algún lugar que antes ellos disfrutaban; lo importante es que no sea a lugares donde puede haber mucha actividad o ruido (como en un mall), eso los puede inquietar y angustiar.
Al escuchar esto y comentarlo con mis hijos, decidimos que este verano pasaríamos nuestras vacaciones “con su abuela” (mi madre). Recordamos que ella siempre comentaba que le gustaba viajar al sur y visitar termas. Así que tomamos una reserva en una cabaña que estaba muy cerca de un parque termal en la séptima región. Planeamos todos los detalles, mi hija mayor se fue unos días antes del viaje a estar con ella, para preparar la maleta, llevar todos sus remedios y ayudarla a dejar las cosas de su casa en orden. Le dijimos que esta vez no habría excusas para no ir con nosotros, la decisión y la reserva estaban tomadas.
Tal como nos advirtió el psiquiatra, mi madre al comienzo se resistió, pero al ver a mi hija (“su nieta querida”), que incluso fue a acompañarla unos días para preparar el viaje, se mostró cada vez menos reacia a la idea de salir de casa unos días. Y la verdad es que desde que subió a nuestro auto, su actitud fue diferente, hacía años que no reía tanto y disfrutaba tanto de las cosas más mínimas, como una caminata al atardecer en el pueblo cercano. Bueno, y las termas le encantaron. Fue un viaje maravilloso, que no olvidaremos.
Desde entonces ya no le preguntamos mucho a la abuela si quiere o no salir, sólo la llamo unas horas antes para avisarle que pasaremos por ella para ir a pasear a algún lugar y comer algo entretenido. Siempre se resiste al comienzo y da explicaciones, pero finalmente nos acompaña y realmente creo que disfruta mucho estos paseos. Cada vez que escucho a alguien hablar de los problemas que tiene para salir con sus padres o algún adulto mayor en su familia, le cuento mi historia; y les comento de lo gratificante que ha sido para todos el vencer nuestros miedos.
La verdad, a nosotros nos ha resultado, sin embargo somos conscientes de que no es una realidad para todas las familias porque se dan muchos casos en que los abuelitos ya no se encuentran tan bien de salud para soportar viajes y cambios de clima. Les duele el cuerpo y los huesitos. Otros sufren de deterioro en sus habilidades cognitivas por lo que ni se enteran del viaje. Ya no es necesario suspender las vacaciones de todos, ni que se queden solos, aburridos y desprotegidos en sus casas. Para ellos también existen excelentes soluciones como Clínica Mirandes y su Programa de Residencia Transitoria para Adultos Mayores, donde un equipo humano especialista y con amplia experiencia se encarga de los cuidados y el entretenimiento para nuestros y nuestras “abu”.