Se tomó sólo la mitad de una pastilla mientras esperaba para abordar en la sala de embarque. Cabeceó un poco y cuando abrió los ojos, el avión ya se había ido, sin ella. “Para mis amigos soy un espectáculo, les cuento ese tipo de historias y se ríen. Incluso hice un stand up a propósito de mi miedo a volar. Lo que me encantaría, claro, sería reírme yo al momento del viaje, pero no lo he logrado”, dice.
La aviofobia, aerofobia o temor a volar es un miedo que crece en tiempos en que cada vez más personas pueden subirse a un avión. Los manuales siquiátricos dicen que alrededor de un 25 por ciento (algunos incluso hablan de un 40 por ciento) de la población en países industrializados manifiesta, en algún grado, un miedo a volar, que puede ir desde sentir la guata apretada o sudar un poco más de lo normal durante el despegue y aterrizaje, hasta extremos en que la ansiedad es tan intensa que las palpitaciones, boca seca, temblores y pensamientos catastróficos dan lugar a verdaderos ataques de pánico, con pasajeros gritando “vamos a morir” e intentando abrir las puertas del avión en pleno vuelo (lo que, por cierto, es imposible). Por otra parte, según cifras del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, un 6,5 por ciento de los norteamericanos simplemente no pueden subirse al avión debido a la intensidad de su problema.
No tan nueva fobia
Con cada vez más aeronaves surcando los cielos, la aerofobia es una epidemia silenciosa que complica la existencia de las personas. Según el siquiatra de Clínica Las Condes y experto en fobias, Rodrigo Erazo, también confluyen otros factores, como el temor a las alturas o al encierro. Aclara, eso sí, que en la mayoría de los casos este es un miedo primario, es decir, que no se gatilla por un evento traumático. “La persona nunca se había subido a un avión, pero se sube y se muere de miedo de que se caiga”.
María José trabaja como auxiliar de vuelo de una aerolínea comercial hace un año y medio. Realiza cinco vuelos al mes y cuenta que siempre hay al menos un pasajero que evidentemente tiene miedo. Y después de accidentes como la tragedia del equipo de fútbol brasileño Chapecoense en Colombia, la gente viene más nerviosa y le preguntan más seguido si se va a caer el avión.
Ana María tiene 56 años, es profesora, y volar le sigue pareciendo tan intolerable ahora como la primera vez, a los 16. “No dejo de pensar que pude haber tomado la decisión equivocada, que voluntariamente me subí a uno que se puede caer. No dejo de preguntarles a las azafatas ‘¿está todo bien?’ y ellas me responden ‘bien qué’ y se ríen”.
En la mente de quien tiene miedo a volar, todo puede ser un indicador de que “algo está mal”. Si las azafatas hablan muy rápido o muy bajo. Si el avión emite un sonido o no. Si se demoran demasiado en traer la comida. Si el aviso de colocarse el cinturón se enciende muchas veces. Una vez que el pensamiento perturbador está en la cabeza, lo más probable es que su ansiedad sólo vaya a escalar, explica Erazo. Fue lo que le pasó al periodista Ignacio Tobar. Enviado por su medio a un viaje a México mientras esperaba el despegue arriba del avión se dio cuenta de que simplemente no podía hacerlo. “En el avión iba Yuri, la cantante, y en mi paranoia yo pensaba que iba a salir en todos lados la caída del avión, porque iba ella. Estaba con crisis de pánico, no escuchaba razones y me quería bajar no más. Hicieron tremenda cuática pero finalmente me dejaron ir”. Como bajar a un pasajero es algo extremadamente complicado en tiempos de amenazas terroristas y bombas, tuvieron que revisar su asiento a fondo. “Me llevaron además a una entrevista con la PDI, donde me preguntaron lo mismo como diez veces”, relata Tobar.
La aerofobia, como todas las fobias, no discrimina por género, estrato socioeconómico, nivel educacional ni país de origen. Es fácil encontrar listas en internet con “los famosos que le tienen miedo a volar”, entre ellos Gabriel García Márquez, quien dejó para la posteridad un artículo llamado “Seamos machos: hablemos del miedo al avión”; la actriz Jennifer Aniston, que sólo se siente segura si se sube a la nave con el pie derecho; el director Lars von Trier, que no filma más que en Europa y en lugares a los que puede llegar en auto o tren y que nunca ha ido a Estados Unidos, y Mr. T, a quien Los Magníficos tenían que drogar para subir al avión.
Incluso entre quienes hacen de viajar su forma de ganarse la vida hay quienes sufren con este miedo. Es el caso de Matthew Kepnes, dueño del exitoso blog de viajes Nomadic Matt, quien confiesa que ha ido desarrollando a través de los años un terrible temor a volar. “He intentado cosas pero no se va. Sé que volar es más seguro que andar en auto, pero me siento más tranquilo en el auto, porque ahí yo tengo el control”.
De cara a las alturas
Tanto la industria de los viajes como la medicina tratan de apoyar a los viajeros. La ciencia ha dedicado mucho tiempo a estudiar las fobias, y el temor a volar no se escapa de la misma lógica: si quieres superar un miedo tienes que enfrentarlo. “El entrenamiento y la educación son claves. Sí sirve explicarles, y que sepan cómo funciona el avión, las probabilidades de que suceda algo y ese tipo de información”, explica Rodrigo Erazo. Según el siquiatra, en los casos más serios una terapia combinada –con sicoterapia y fármacos– puede ser de gran ayuda. “En particular la terapia cognitivo conductual da muy buenos resultados”, afirma.
En algunos usuarios se han probado simuladores de vuelo y programas de realidad virtual junto a una persona que les va enseñando. El entrenador de fútbol Claudio Borghi, por ejemplo, a quien el problema se le gatilló en 2006 cuando debía viajar con Colo Colo a Concepción, relató a Clarín que la aerolínea LAN lo invitó a probar sus simuladores: “Fui dos veces. ¿Dónde querés que vayamos? ¿París? Entonces el piloto me avisaba que íbamos a salir y que explotaría un motor del avión, para que yo viera que no pasaba nada. Y salíamos en el simulador y puuum, se sentía el ruido. Y ahí me iba explicando cómo volvía al aeropuerto. Después, hasta me dejaron volarlo”, relató al diario trasandino y explicó que si bien no se le pasó, ahora maneja mejor el problema.
Este tipo de actividades, junto con terapias sicológicas, talleres educativos y el uso de técnicas de meditación y relajación, han mostrado buenos resultados. En un ensayo clínico, de 50 personas que probaron estas estrategias, 49 fueron capaces de tomar un avión al final y un año después ya habían reservado al menos un vuelo por iniciativa propia.
Aun así, son muchos los que afirman “haber probado de todo” sin éxito. Sofía tiene 29 años y fue a un sicólogo para que la hipnotizara. “Me hizo imaginarme en una sala de cine vacía y que en la pantalla me veía a mí misma. Ahí siguió una historia de la que no me acuerdo mucho, fue como hace 10 años. Pero no me sirvió. Bueno, él dijo que requería más de una sesión para tener efecto pero no me pareció como algo que ayudara”, explica.
El músico y solista Sebalira que tiene miedo a volar desde los 15 años y que aunque alguna vez lo trató en su terapia, no lo ha superado, por lo que estar sobre un avión es “el 70 por ciento del tiempo una tortura. No tomo pastillas porque me siento mal, somnoliento pero incapaz de dormir. Traté una vez con marihuana y fue peor, me puse paranoico, decía que me iba a morir, fue el medio show. Me bajé pidiéndole perdón a la tripulación”. Para él, la mejor estrategia ha sido ir acompañado de familia y amigos que lo “distraigan”. Este verano, durante el cual realizará una gira por México, le ofrecieron un pasaje gratis, pero solo, por lo que prefirió pagar y viajar acompañado con su polola.
El aumento de los casos ha generado un mercado asociado que va más allá de la consulta al siquiatra, al que muchos acuden en busca de ayuda. Terapias complementarias como flores de Bach, homeopatía, acupuntura. Nina Boscou, por ejemplo, es sicóloga transpersonal y terapeuta en el Centro Holístico Inana, donde ofrece terapias alternativas como astrología sicológica, arteterapia, regresiones, imaginería y flores de Bach, las que ha ocupado con algunos viajeros. Según ella, a veces este miedo es un síntoma de algo más profundo: “En muchos casos pareciera haber un significado más espiritual. Hay gente muy tensa, muy controladora, y ahí aparece. No es sólo a un volar físico, sino a un vuelo simbólico, a emprender un proyecto, a arriesgarse”. Reconoce, de todas formas, que para otros es simplemente un miedo a que se caiga el avión y morir.
También hay libros, aplicaciones móviles y páginas web que ofrecen datos y “cursos exprés” para superar el miedo a volar. Carlos Scheuch, CEO de Faro Travel, una comunidad de viajeros en internet, cuenta que cuando reciben testimonios de personas que les temen a los aviones les recomienda averiguar si los aeropuertos en los que estarán cuentan con actividades para disminuir el estrés. “En el de Santiago, por ejemplo, se dictan clases de yoga en determinadas zonas del área de embarque internacional. En algunos de Estados Unidos hay un programa para que los pasajeros se relajen jugando con perros adiestrados para eso”.
Pero probablemente lo más común, y no poco peligroso, es automedicarse con ansiolíticos o relajantes musculares, los que a veces se combinan con alcohol. Eso hace Ana María, quien viaja con una “petaquita” de whisky en la cartera cuando el viaje es largo. “Una vez mis hijos me contaron que me había puesto cariñosa con mi marido en pleno vuelo, pero yo no me acuerdo de nada”, dice. “En una ocasión una señora tomó más pastillas de la cuenta, fue al baño y se desmayó. Otra se pasó con los tragos, porque no es lo mismo tomar alcohol en un avión, y empezó a vomitar”, explica María José, la azafata.
No viajar también cuesta caro
Los pasajeros con miedo tienen un impacto en la industria. Generan situaciones que van desde cambios en las reservas, cancelaciones de última hora, atrasos en los vuelos hasta problemas de seguridad.
Cristián Araya, especialista en manejo de crisis de Sky Airlines, explica que tienen protocolos de respuesta diseñados y estandarizados por organismos internacionales, y que aunque no hay cifras oficiales, porque muchos viajeros no declaran su miedo, es un problema frecuente para las aerolíneas. De hecho, compañías como British Airways y Virgin han desarrollado programas para ayudar a quienes sufren en los aviones, con cursos de un día que parten en los 140 mil pesos chilenos y llegan hasta los 350 mil, incluyendo vuelos de prueba.
José, que trabaja como piloto en una aerolínea, explica que no es lo mismo tener un pasajero con miedo al momento de subir al avión que otro que entra en pánico en vuelo. “El primero es más fácil de detectar, por su comportamiento y porque generalmente se lo demuestra a la tripulación de cabina, lo que hace más fácil contenerlo. El segundo es más complicado, porque ya en vuelo es poco el rango de acción, no puedes ‘parar y bajarlo’, por lo que el trabajo de tripulación de cabina es clave para calmarlo”. Agrega que nunca le ha tocado, pero sabe de casos en que hubo que “reducir” a un pasajero.
María José Bello nunca ha llegado a tanto, pero una vez un auxiliar de vuelo francés la mandó “castigada” al final del avión. “Es que me aflora el Taldo, empiezo a hablar fuerte y me pongo técnica, hago preguntas. Hay azafatas que tres años después me ven en otro vuelo y se acuerdan de que me da susto volar. Gente que me toma la mano y me cuenta lo que ya me han contado muchos otros, que es super seguro. La mayoría es un amor”. En su caso, el mejor remedio para vencer el temor ha sido las ganas de conocer. “Al final, no hay nada que me guste más que viajar, por eso no me paralizo”.
Fuente: La Tercera