El intenso dolor y profundo sufrimiento que lleva a un ser humano a quitarse la vida no se puede describir con números. Aunque ayudan a reflejar la gravedad de un problema que incluso se teme nombrar.
En Chile, las cifras son preocupantes: la tasa de suicidio es de 10,6 por cada 100 mil habitantes, según las últimos datos de la Organización Mundial de la Salud. De entre los países de Sudamérica, el país ocupa el quinto lugar, solo superado por Guyana, Surinam, Uruguay y Bolivia.
A nivel mundial, Chile se ubica justo en el promedio. Lituania, con 31,9 suicidios por cada 100 mil habitantes, es la nación con la mayor tasa de muerte autoinfligida.
Según cifras de la OCDE, las tasas de suicido en Chile han mostrado un aumento llamativo: entre 1990 y 2011, esta alcanzó un crecimiento de 90%, lo que lo ubica en el segundo lugar después de Corea. Y si bien se ha disminuido levemente del peak que se alcanzó en 2009, «Chile sigue siendo el segundo país con mayor crecimiento», asegura la psicóloga Susana Morales, doctora en psicoterapia e investigadora en depresión y temáticas de suicidio de la UC y del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (Midap).
Pero no se trata solo de un problema nacional. En Estados Unidos, desde 1999 hasta 2016 los casos de suicidio han aumentado en un 25%, lo que actualmente lo llevó a convertirse en la décima causa de muerte en el país, según datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
«Es un problema de salud pública a nivel mundial. Compete a todo el planeta. Estamos en sociedades donde el suicidio se ha ido instalando y creciendo. Tenemos que cuidar a nuestra población antes de que esté tan mal como para que estén pensando en suicidarse», advierte Morales.
Carolina Hausmann-Stabile, profesora de trabajo social en el Bryn Mawr College, Pennsylvania (EE.UU.), quien participará esta semana en el seminario internacional sobre infancia y adolescencia de la Fundación Tierra de Esperanza -donde hablará sobre conductas suicidas-, lo resume así: «El suicidio es uno de los grandes problemas de esta era, en tanto que las promesas de ‘progreso’ de nuestro tiempo, en que el avance de la ciencia, la tecnología y el aumento material de un porcentaje enorme de la población mundial, por algún motivo, no se traduce en menos suicidio«.
Soledad y depresión
En Chile, esta conducta ha registrado una disminución desde el peak de 2009, cuando la tasa llegó a 13,3 por cada 100 mil habitantes, según datos de la OCDE. El doctor Alejandro Gómez, académico del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, y experto en el tema, cree que la disminución se debe, en parte, a acciones como el Programa Nacional de Prevención del Suicidio. «Se ha hecho bastante para reducir las tasas. El ministerio ha desarrollado un plan enorme de expansión en recursos en salud mental, hay dispositivos de atención comunitarios. En los Cesfam hay psicólogos, médicos, muchas veces capacitados en salud mental. Existen los Cosam, que se ocupan específicamente de la salud mental (…). Otro importante avance que en algunas regiones ya se está haciendo es el establecimiento de un intento de suicidio como notificación obligatoria».
Pero las medidas no son suficientes, coinciden los especialistas. El país está lejos de las tasas de los años 90, con un mínimo de 5,8 por cada 100 mil habitantes (1992) y un máximo de 8,2 (1998).
Los estudios han demostrado que el 90% de los casos de suicidios está asociado a algún tipo de enfermedad mental. Y el 80% de ellos se relacionaría con trastornos depresivos. Sin embargo, trastorno bipolar, esquizofrenia, abuso de sustancias y trastorno de personalidad limítrofe también están altamente relacionados con esta causa de muerte.
Los especialistas consultados apuntan a que se trata de un tema multifactorial. «Estamos viendo a adolescentes que se sienten solos, muy exigidos, con mucha competencia. Las redes sociales, donde el enfrentamiento no es cara a cara, da espacio para que se produzca mucho maltrato. Por otro lado, la gente pasa mucho sola, estamos en una ciudad donde cuesta mucho vivir. Además, estamos en una cultura de lo inmediato, donde la espera casi parece que no fuera posible. Ante eso, el manejo de la frustración se hace difícil, sobre todo en jóvenes», dice Morales.
Situaciones estresantes, «frecuentemente de origen interpersonal, pero también problemas financieros, laborales, amorosos», son otras causas, agrega el doctor Alejandro Gómez.
Los jóvenes son un grupo que preocupa especialmente. «De acuerdo a la información del Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) del ministerio, cerca del 2% del total de muertes en Chile ocurre por suicidios, el que ocupa el 6° lugar entre las causas de muerte al año 2015. Sin embargo, al igual que en el conjunto de países del mundo, en adolescentes este ocupa el segundo lugar de mortalidad después de los accidentes y violencias no autoinfligidas», dice Mauricio Gómez, jefe del Departamento de Salud Mental de la División de Prevención y Control de Enfermedades (Diprece) del Ministerio de Salud.
«¿Cómo es posible que en un momento histórico en el que estamos más conectados que nunca, tanta gente se sienta tan sola? Probablemente tiene que ver con que, a pesar de la habilidad de comunicarnos, el tipo de comunicación que estamos viviendo no promueve una conexión humana genuina, sino un comparar y juzgar, vacío de conexión profunda y que, en realidad, lleva a la soledad», reflexiona Hausmann-Stabile.
Cambio social
Según Morales, para evitar que las cifras sigan creciendo no solo se necesita más atención de especialistas, también la sociedad tiene que cambiar su forma de enfrentar el tema, partiendo por poder hablar sobre el estado de ánimo con el otro.
«La familia, los amigos, la sociedad en general, tienen que desestigmatizar el tratamiento de salud mental. Si alguien está deprimido, tiene que tratarse, ir a terapia, ver si necesita un fármaco o cambios en sus hábitos. Hoy es menos que antes, pero aún se dice que hay que salir adelante por la propia cuenta, como si estar deprimido o no, fuera un tema de voluntad».
Otra clave es la prevención, agrega, poniendo especial cuidado en las personas que han tenido un intento de quitarse la vida. «Yo tendría mucho cuidado en decir que la persona que hizo un intento de suicidio está manipulando, o que quiere llamar la atención. Incitaría a las personas a alejarse de esos dichos que son tan descalificadores. Si alguien necesita hacer un gesto de ayuda, es porque necesita algo, está pidiendo algo. No lo minimicemos ni descalifiquemos».
Fuente: El Mercurio
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